[...] Entonces había pedido un perro a un compañero de taller y había traído a aquel cuando era una cría. Fue necesario alimentarlo con biberón. Pero como un perro vive menos que un hombre, habían terminado por ser viejos a la vez. «Tenía mal carácter -me dijo Salamano-. De vez en cuando teníamos agarradas. Pero era de todos modos un buen perro.» Le dije que era de una hermosa raza y Salamano se puso contento. «Y eso que usted no lo conoció antes de su enfermedad. Era el pelo lo más bonito que tenía.» Todas las tardes y todas las mañanas, desde que el perro había contraído esa enfermedad de la piel, Salamano lo cubría de pomada. Pero, según él, su verdadera enfermedad era la vejez, y la vejez no se puede curar. [...]
"El extranjero". Albert Camus.
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